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la cresta de Limo

- xiii -

" Esperaron el tranvía un largo rato, luego entraron en el bosque. Caminaron entre los árboles de sílex y bajo sus pires se fragmentaban hasta convertirse en polvo hojas grises y metálicas. Hacía mucho frío.
- ¿No tienes demasiado frío? -preguntó Lehameau.
- Oh no. Cuando estoy con usted me da calor.
- ¿Es verdad? -preguntó Lehameau riendo-. Yo también, sabes -añadió entonces muy serio-, cuando tu estas conmigo, ya no pienso en el frío, en la dureza del tiempo.
- ¿Es usted desgraciado, señor Bernard?
- ¿Yo? No. ¿Por qué piensas que puedo ser desgraciado? No soy desgraciado. No soy feliz, no es lo mismo. Pero tampoco busco ser feliz. Pero tú eres aún demasiado pequeña, demasiado joven, para entenderlo. "

Raymond Queneau

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Todavía padezco la enfermedad de las búsquedas, dijo alguna vez Friedrich. No estoy contento y continúo borrando. Y así lo hago yo. Digo después de dejarle y ya a solas con mi cuaderno: 'claro que tengo miedo a la caducidad de la axila desierta, del pubis acústico. Y te escupo versos que tú jamás escuchas o que no adivino si lo haces. Porque él, el hombre con las horas contadas, nunca se descubre más allá de las sábanas. Porque se escuda en ese silencio acordado que no tuve otro remedio que aceptar. Es que era una cuestión de respeto. Pero esencialmente por mí.

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Y Avellaneda, escribo luego pero ya ayer. Avellaneda vital, inusitadamente cariñosa y concéntrica. Tiene truco. La noche del concierto la hija de la zurda y ella se conocieron. Y Tara le dijo: 'Sé de ti porque eres la amiga de la amiga de mi madre'. Y para estas adolescentes debe ser cierto que al parecer  tengo algún glamour. Tara a veces ha mencionado la interesante vida que llevo, o mejor dicho, cree que llevo. Y yo he terminado por concluir que esa creencia absurda o extraña  tenía que estar relacionada de alguna manera con el conocimiento de mi página o de esa otra yo que no era yo pero que era mi yo virtual y que era lo mismo que ser yo, aunque no debiera haberlo sido para ella. Y el siciliano cuando me trae el café con hielo que me pregunta: si no es mucha indiscrección puedo saber por qué os marchasteis ayer sin esperar a que os sirviera. Y yo le hablo de una silla que cojeaba, y de un trueque con otra que también lo hacía y de lo maniática que es la zurda para tales asuntos. Entonces parece que el hombre se queda más tranquilo y yo vuelvo a insertarme casi plácidamente, y olvidándome del acosador del fondo,  bajo el flequillo del conmovedor rostro de esa dama de negro pintada por Renoir
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Luego desciendo paralela a las arcadas de la calle que va a dar a la travesía donde me aguarda la filatelia y llego a tiempo de despedirme del dueño, que ha conseguido que le reintegren el dinero de sus vacaciones fallidas y que se va por fin menos reconcomido  a Marruecos. Y en el bolso tres piedras más. Ninguna con fantasmas pero una de ellas contaminada por el rutilo, y que me parece la metáfora perfecta para ese milagro que quisiera mi padre. Y entro en la biblioteca y me confundo de estantería y no encuentro lo que busco porque no termino de recordar que Saramago es un autor portugués. Así que tengo que solicitar la ayuda de la gemela de Tomás, que era aquel monje preñado de complejos que me habló por primera vez del efecto mariposa y que fue expulsado de su  monasterio por sentir excesiva curiosidad por lo que alguna hermana guardaba con tanto celo debajo de las enaguas. El levantador de hábitos le apodé yo muy risueña en aquel tiempo pero eso ya fue después de la operación de su pie zambo y por la fecha en la que le conocí. Y aunque luego sólo deseaba volverle a desconocer. Y entonces me acurruco con mi pequeña grabadora en un banco discreto del lateral de una iglesia aromada por el  incienso y las letanías,  y le susurro a ese desconocido que me hablado de Saramago lo que leo en la contraportada de ese libro que él mismo me sugirió apenas unas horas antes... 'Érase una vez un rey que hizo la promesa de construir un convento en Matra. Érase una vez la gente que construyó ese convento. Érase una vez un soldado manco y una mujer que tenía poderes. Érase una vez la historia de un amor sin palabras de amor. Y que es como a mí me gustan las historias de amor. Y más... Érase una vez un cura que quería volar y murió loco. Érase una vez un músico. Érase una vez una passarola. Érase una vez... ese hombre que había regresado de alguna isla paradisiaca y muy alejada de aquí y con el que me puse en contacto después de haberle descubierto en un documental. Es que ese hombre fue así: un impulso sin precedentes. Y luego otro impulso pero este de la zurda que me dice que ese mismo libro que llevo en las manos me aguarda en su casa. Y es un regalo, y esta dedicatoria escrita con todo su cariño, me consta: 'Este libro buscaba un dueño merecedor de él. No conozco a nadie mejor que tú. Disfrútalo como yo no supe'. Y yo que quisiera despreocuparme de lo que significaba para ella esa película que insistió tanto en que viera: 'Juegos de mujer' Y otra, 'Milou en Mayo', que trato de bajarme de la red, porque en el videoclub no parece que haya visos de saber nada de Louis Malle. Y una música 'La grande Fuga', el testamento emocional de Beethoven, o que ese desconocido dice que lo es.
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Y entonces hoy, primero un malestar y mi voz hablándole al hombre con las horas contadas. Y luego algunos rayos artificiales de sol y una excitante fantasía erótica, porque debo haberme quedado dormida de espaldas bajo ellos, pero de la que luego siento miedo a que no se acabe, porque la polla que tengo entre las piernas es demasiado real y no es la suya, y aunque a pesar de ello o quizá por ello el orgasmo se haga inminente.  Y me corro justo ahí cuando él, ese hombre que por dentro es sólo un niño pero un patético niño, abre la puerta porque se marcha.  Y luego algunas confidencias que tampoco sé si nadie escucha con 'La grande Fuga' y Beethoven de fondo.
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Y la voz de la Torroja cuando me subo al coche de la zurda para ir a dar ese paseo a la playa. Nada tiene de especial dos amigas que se dan la mano. Y eso sí que me espeluzna. Porque ya son demasiadas reincidencias. Y quiero que él, el hombre con las horas contadas, la ayude a superarlo, o tal vez que me ayude a mí ayudándola a que lo supere. Y de eso hablamos luego. Y sí, parece ser que ella va a ponerse en contacto con él pero también que entiende que no podemos predecir cuál será la respuesta de él...  aunque yo la aceptaré de buen grado  sea cual sea.
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Y tampoco conocía a Raymond Quenau hasta que hoy recibí por correo  y como un presagio favorable un poema suyo. Y era de él, del hombre con las horas contadas. Pero como eso será una oración que se rece a finales de diciembre no puedo dejarlo aquí. Y entonces lo que hago es dejar en su lugar ese fragmento de otra obra suya,  'Un duro invierno'...

5 comentarios

limo -

Sí, es cierto, ando por aquí... Esperando :)

miguel -

Sé que andas por ahí, es curioso cuando incluso con las máquina de por medio, puedes conectar con alguien, ja.
Saludos
(no hago referencia al texto porque ya lo leí)

LOLITA -

ay amiga ... cuantas subidas y bajadas de ánimo, cuantas coincidencias últimamente en las cosas que escribes o al menos en como yo las interpreto y las que estoy viviendo en primera persona ....

y si , en mi coche últimamente Mujer contra mujer suena cada día ...


un beso :)

miguel -

UF
UF
LA capacidad de mostrar en un mismo relato la necesidad física de alguien que aparece y desaparece, con lo cotidiano y la otra necesidad más física de las sensaciones viscerales.
UF

Azul -

Estoy deslumbrada y no sé si sonreir o.....sé que tu lo entiendes...

P.D.Espero encontrarte...me has hecho sonreir como siempre!

Un biko:)